Nos encontramos ante un documento gráfico que traspasa los límites de los sentidos. Alfonso Bravo, retrata la muerte desde una mirada sensata, donde el silencio más ruidoso descifra la cara del dolor. Un viaje a los recuerdos más latentes para dejar indemne lo que la huella del tiempo intenta arrojar al olvido.
Nueve rostros “Fieles” a unos sentimientos que perduran y crecen con el tiempo. La soledad de la muerte es un espejo que nunca nos miente; un encuentro con nosotros mismos. Es el susurro que sólo se rompe cuando la miras de frente, sin miedo; cual compañera infatigable de viaje que no podemos tachar de vaga ni inconstante, con una “última parada” en el tiempo que pocos están dispuestos a desafiar.
La muerte nos desnuda para vestirnos de sensibilidad, nos enseña a aceptar nuestros recuerdos ante la incertidumbre más inquietante… Pero existen seres leales que mantienen las conversaciones más auténticas junto a ella, mirándola a los ojos. Sólo necesitamos reconocerla para no evitar sentirla, aunque nos brinde incómodas y necesarias contradicciones.
Y es ahí, donde encontraremos FIELES a unos recuerdos, que a golpe de latido atravesarán con palabras lo que el lenguaje del sufrimiento les grita cada día.
Romen H.D.
En mayo de 2015 empecé a madurar la idea de hacer un proyecto dedicado a esas personas que entregan gran parte de su tiempo y su vida a visitar a sus seres queridos en el cementerio. Siempre despertó mi curiosidad sus historias, sus costumbres, pero más aún sus rostros y sus miradas.
Me parecía una forma impresionante de representar su fidelidad a todas esas personas que ya no están, y el hecho de enfrentarse día a día a todos esos recuerdos ya quizá un poco distorsionados pero imborrables. Pude hablar con cada una de estas personas y descubrí la pasión y la verdad que tienen esas miradas. Vi cómo la fidelidad roza la locura y cómo esa locura hace que demos pasos firmes en una vida muchas veces cruel e injusta.
¿Pero qué es la fidelidad sin unas pequeñas gotas de locura? Por eso, todo se resume en el Amor. Al amor que nos hace vivir y que hacen que los recuerdos revivan una y otra vez. ¿Pero por qué vivir de recuerdos? Porque muchas veces no se me ocurre una forma mejor de separar esta absurda mentira que nos escribe una sociedad deshumanizada y enferma de prisa. Porque en ese rinconcito del cementerio donde ellos hablan, lloran y sonríen, las pulsaciones se disparan un poco más y sienten, como ellos siempre dicen, paz y tranquilidad. Y, si, probablemente tenga algo de locura, pero de las locuras más bonitas que he visto.
Cuando empecé a preparar el documental y la exposición FIELES, en el transcurso de las entrevistas, me dí cuenta que cuando intentas hablar de la muerte, solo obtienes palabras de la vida. Ví como esas miradas cambiaban radicalmente cuando los recuerdos invadían sus corazones. Una vez leí que “un cementerio encierra, sin saberlo, dos corazones en un mismo ataúd”, pero tal vez, quién lo escribió nunca pensó que esos corazones viven unidos desde que se conocieron.
Este es sólo un pequeño homenaje a estas personas dignas de admiración y respeto. Un pequeño homenaje a todas esas palabras que escuché, sentí y grabé para siempre.
A todos ellos que me enseñaron que la vida es, aunque parezca obvio, vivir. A todos los que creen y siguen creyendo. A los que siguen hablando a sus seres queridos, a través de una lápida. A los que ponen una flor a esos lugares vacíos, a los que no pueden vivir sin esa visita eterna, a los que, a pesar de lo sufrido, sonríen a la vida. A los que saben vivir.
“Qué injusta, qué maldita, qué cabrona la muerte que no nos mata a nosotros sino a los que amamos”. Carlos Fuentes (1929-2012) Periodista y escritor mejicano.















